Llevaban
varios días siguiendo el rastro, esperando el momento y el lugar más oportuno, el invierno no permite fallos. Así
habían llegado al borde de una hondonada entre las montañas, la pendiente
descendía abrupta entre los grandes pinos y las raíces hacían difícil la
carrera. Justo al otro lado, la hondonada terminaba en una inmensa pared de
roca que se había fragmentado en el lado derecho bloqueando buena parte de la
vía de escape por ese lado; por el lado izquierdo bajaba una fuerte corriente
fría como el hielo del que provenía. Era el lugar perfecto para la matanza.
El
lobo aúlla a una luna roja cubierta de nubes que se deshacen en jirones de nada
mientras el gélido viento sopla constante agitando las curtidas ramas vencidas
por el peso de la nieve. Huele el miedo del alce en el viento y saliva como si
ya tuviese la carne en la boca, sus músculos tensos y duros como el acero,
formados por toda una vida de carreras interminables y peleas en la manada, una
máquina perfecta. A una señal del alfa comienzan a correr entre la ventisca,
siente a los demás miembros cerca, pero el bosque es oscuro y le impide ver más
allá del siguiente obstáculo, está demasiado concentrado como para girar la
cabeza, no lo necesita, cada miembro conoce su papel como si fuera parte de él
mismo, no hacen falta órdenes, la manada se mueve como uno o no sobrevive al
frío.
De
vez en cuando alguno de los suyos aúlla con fuerza, desde todas partes. Han
cercado a la presa y eso pone la nerviosa y la confunde, la guían hacia la
roca, su muerte se acerca. No es una cacería normal, hace tanto que la manada
no come que la oportunidad se ha convertido en una carrera hacia la vida, o
ganas o mueres. No hay posibilidad de fallos y eso la hace más intensa que nunca.
Ha visto al alce a unos pocos árboles de distancia, el miedo en los ojos y una
carrera desesperada hacia no sabe donde. No se precipita, si se acercase
demasiado el animal podría pasar entre sus líneas y huir colina arriba. Un
gruñido bajo surge de su garganta y se convierte en un potente aullido que
asusta a la caza y la empuja hacia abajo, piensa que escapa pero sólo cumple su
cometido, la estrategia no tiene fallos.
Después
de muchos aullidos consiguen atosigarla en un claro, el primer mordisco en una
de las patas desata el hambre más voraz, el aire huele a sangre. En este
momento el alfa carga contra sus compañeros, es necesario mantener la
disciplina, si el animal se escapa habrá sido demasiado esfuerzo como para
tener otra oportunidad. Carga con sus fuertes hombros y muerde algunos lomos hasta que se restaura
el orden, por suerte ha sido rápido.
El
galope final los lleva al muro, dónde el alce se vuelve, dispuesto a vender
cara su vida, es el momento más peligroso de la noche y conviene contener el
ansia. La manada ataca por turnos de 2 o 3 animales, desde los lados, evitando
las astas. Intenta morder en los cuartos traseros, pero sus dientes chocan unos
con otros en el aire, produciendo un fuerte chasquido y los cuernos impactan
directamente contra sus costillas. Sale despedido contra la roca. En ese
momento la manada aprovecha y salta sobre el lomo del animal, derribándolo por
completo en un caos de dientes y sangre. La muerte se produce al morder el
cuello, chorros de vida inundan la boca de uno de los miembros. Al poco tiempo sólo quedan huesos y pezuñas y
la manada se ha asegurado unas semanas más de vida, ese el futuro más lejano
que conocen.
El
lobo herido tiene rota una de sus patas y apenas no ha podido comer. Es muy
posible que no aguante muchos días el trote de la manada y quede atrás, sólo y
herido. Su muerte se convertirá en vida para los carroñeros del bosque. En el
bosque el invierno es de los fuertes.