El escritor es en cierto modo un detective, persigue sin
cesar una idea tras otra, un reflejo en la superficie de un lago, un susurro en
el viento, un olor tenue pero fresco, pero por mucho que la sigue y la sigue
parece que nunca acaba de alcanzarla.
Escribir es un devenir constante, un ir y
venir sin parar de perder y reencontrar el rastro. Por el camino escribe lo que
ve y ve lo que escribe, muchas veces sin tener muy claro el límite que separa
el mundo real de la ficción. En realidad el escritor es un contador, un
contador de su propia búsqueda; todo se reduce a eso, buscar y ser buscado,
perseguir la perfección, el releimiento gratificante, la verdad de la palabra.
Todo lo demás no importa nada, sólo el texto sublime, el rastro en una brizna
de hierba que se mece con la brisa, nada más.
Es una motivación y frustración
constante, un choque eterno contra el muro de las limitaciones, un quiero y no
sé perpetuo; a la vez es un aprendizaje continuo, que deja un rastro de migas
tras de sí que permiten desandar lo andado cuando uno anda perdido, es un
camino lleno de cruces, aunque todos lleven al mismo sitio, es un barco a la
deriva de las ensoñaciones de la mente.
Ser escritor es vivir, por que la
escritura es vida, y por eso mismo el escritor anda siempre perdido, buscando y
viviendo en la magnificencia de la naturaleza misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario